Un grito del alma
3/11/2014
Un grito del alma
Salmos 130:1-8 Desde las profundidades de la desesperación, el salmista clamó a Dios. La desesperación nos hace sentir aislados y lejos de El, pero este es el preciso momento cuando necesitamos más de su ayuda. La desesperación por el pecado no nos debe llevar a la autocompasión, haciendo que pensemos más en nosotros que en Dios. En vez de eso, nos debe llevar a la confesión y después a la misericordia, perdón y redención de Dios. Cuando nos abrume un problema, la autocompasión solo incrementará la desesperanza. Sin embargo, el clamor a Dios vuelve nuestra atención al único que en verdad puede ayudarnos. Mirar a los pecados (guardar rencor) es como construir una muralla entre usted y la otra persona, y es casi imposible hablar con franqueza mientras esté la pared. Cuando Dios nos perdona, lo hace por completo, derrumba cualquier muro existente entre nosotros y El. Dios no guarda una lista de nuestros pecados. Por lo tanto, lo tememos (reverenciamos) y aun así podemos hablar con El acerca de cualquier cosa. Cuando ore, sepa que Dios no guarda nada en contra suya. Las líneas de comunicación están del todo abiertas. El único alivio para el alma comprometida en el pecado es apelar sólo a Dios. Muchas cosas se presentan como diversiones, muchas cosas se ofrecen como remedio, pero el alma halla que sólo el Señor puede sanar. Mientras los hombres no sean sensibles a la culpa del pecado y dejen todo de inmediato para acudir a Dios, es inútil que tengan esperanzas de algún alivio. El Espíritu Santo da a esas pobres almas un sentido nuevo de su profunda necesidad, para estimularlas a rogar sinceramente, por la oración de fe, clamando a Dios. Y cuando amen sus almas, cuando estén interesados por la gloria del Señor, no faltarán a su deber. ¿Por qué estas cosas son inciertas para ellos hasta ahora? ¿No es por pereza y desánimo que se contentan con oraciones comunes y rutinarias a Dios? Entonces levantémonos y pongámonos en acción; hay que hacerlo, y el resultado es seguro. Tenemos que humillarnos ante Dios, como culpables ante sus ojos. Reconozcamos nuesta pecaminosidad; no podemos justificarnos a nosotros mismos ni confesarnos inocentes. Nuestro consuelo inexpresable es que haya perdón de parte de Él porque eso es lo que necesitamos. Jesucristo es el gran Rescate; Él es siempre nuestro Abogado y, por medio de Él, esperamos obtener perdón. En ti hay perdón, no para que se abuse de ti, sino para que seas reverenciado. El temor de Dios suele ser considerado como toda la adoración de Dios. El único motivo y aliento para los pecadores es este: que hay perdón del Señor. Comments are closed.
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AuthorEscrito Por La Pastora Trini Ildefonso Ministerio LRC Categories |